FRANCESC TORRALBA: «NO TENEMOS UNA PALABRA ESPECÍFICA PARA UN PADRE QUE PIERDE A SU HIJO
P(A)T asiste a la presentación del libro "No hay palabras" donde Torralba nos sumergió en los aspectos más íntimos y complejos del duelo y la transformación que esto implica.
El pasado 16 de octubre, tuvimos el privilegio de asistir a la presentación de No hay palabras, el último libro del filósofo y escritor Francesc Torralba. En una conversación profunda y emotiva con la periodista Laura Rosel, el autor nos sumergió en los aspectos más íntimos y complejos del duelo, reflexionando sobre la experiencia de la pérdida y la transformación que ésta implica.
En sus páginas, Torralba explora los matices de una experiencia universal y devastadora: la pérdida. Nos recordó, con una sensibilidad única, que para ciertos duelos no existe una palabra adecuada en nuestro idioma. Tenemos términos como “huérfano” o “viuda”, pero no tenemos una palabra específica para un padre que pierde a su hijo o para un hermano que pierde a su hermano. Esta ausencia lingüística, que se observa en muchas lenguas excepto el hebreo, puede que refleje un rechazo cultural a concebir tales pérdidas, como si negáramos su posibilidad.
El ciclo de la vida nos hace esperar que los hijos sobrevivan a los padres, sin embargo, Torralba destaca lo radicalmente incierto de esta expectativa. A través de esta obra, nos invita a reflexionar sobre cómo la pérdida altera nuestra percepción de la vida, la relación con los otros, e incluso nuestra espiritualidad. Cada pérdida, según explica, es un «movimiento sísmico» que desestabiliza nuestras certezas y cambia nuestra forma de ver el mundo. Esta transformación, aunque dolorosa, puede llevarnos a apreciar más profundamente a quienes aún están a nuestro lado, discernir lo esencial de lo trivial y aceptar el misterio de la vida.
Torralba se adentra también en las distintas reacciones que provoca el duelo: algunos encuentran consuelo en la espiritualidad, mientras que otros experimentan un “ateísmo de rebelión”, un rechazo total a cualquier creencia que no logre apaciguar la magnitud de su dolor. Como explica Torralba, aceptar el dolor no es “superarlo”. En su caso, prefiere la palabra “asumir”, que implica «hacer propio» el duelo, integrarlo en la vida y aprender de la experiencia. Esta palabra, según él, refleja mejor el proceso de aprender a convivir con un vacío que nada ni nadie puede llenar, ya que cada ser humano es único e irremplazable.
Las memorias de nuestros seres queridos, dice Torralba, son también emocionales. Cuando los recordamos, no sólo vienen a nuestra mente; activan nuestro corazón. La memoria humana es única precisamente porque siente, late y, al recordar, revive. En un mundo donde la pérdida forma parte de nuestra realidad, No hay palabras se convierte en una guía para aquellos que buscan comprender, integrar y recordar, y nos deja una reflexión profunda: aprender a convivir no solo con los presentes, sino también con los ausentes.